domingo, 2 de noviembre de 2008

LAS BESTIAS DE ACHO

Por Cesar Hildebrandt

Dentro de veinte mil años quizá el mamífero humano haya trepado los peldaños suficientes como para mirar, desde el asombro, la compasión y el horror, lo que su remotos ancestros tenían por costumbre repetir en aquel tenebroso siglo XXI.

Escribirán entonces esos humanos desmugrados que en el siglo XXI de lo que se llamó era cristiana los llamados protohumanos permitían que un tercio de su población padeciese hambre mientras gastaban en armas cinco veces más dinero de lo que les hubiese costado dar de comer a toda su población -preocupación que hasta en las jaurías de hienas resulta prioritaria-.

Descubrirán, bajo los restos de una isla que alguna vez se llamó Manhattan, los documentos que habrán de probar que los que construyeron la civilización que estuvo a punto de acabar con el planeta tenían conocimiento pleno de las consecuencias de su actos y que no hicieron nada para impedirlo porque la suya era una cultura que tenía la autodestrucción como meta, el odio como propósito, la codicia como horizonte, la estupidez como aglutinante, la miseria moral como principio y la crueldad como sello distintivo.

Se preguntarán esos humanos largamente mejorados cómo pudo la especie de los bípedos concienciados (es decir, los protohumanos) vivir tanto tiempo en las tinieblas, exterminándose entre sí y pudriendo las aguas principales, y cómo pudieron cerebros tan primitivos crear la nanotecnología y la manipulación genética. La probable explicación para tal paradoja será la de que el protohombre de ese periodo separó por completo, en el más suicida de sus gestos, la inteligencia de la generosidad, la técnica de la ética y la economía de los límites impuestos por la naturaleza.

Mucho se asombrarán esos estudiosos en relación a nuestra barbarie digital. Nuestro modo de envenenar todo entorno, por ejemplo, los asombrará y nuestro apego a las actividades sanguinarias los dejará estupefactos. Tan estupefactos que se preguntarán si ellos, en realidad, proceden de nosotros o si hubo, en el medio, un eslabón perdido que pudiera explicar el tránsito de la bestia humana del siglo XXI al auténtico homo sapiens del siglo CCXX.

Puedo asegurar que una de las cosas que más espanto producirá en esos observadores del futuro será lo que la muy enterrada civilización del siglo XXI llamó “la fiesta de los toros” -o “fiesta de la tauromaquia” según el códice que se consulte-.

“En ese estadio de la evolución cortical -escribirá un especialista en ritos bárbaros- los protohumanos del siglo XXI se encerraban en un ámbito circular y torturaban a un toro ibérico hasta hacerlo sangrar con abundancia, primero, y hasta matarlo, después, en una ceremonia cuyos detalles no se han podido reconstruir completamente pero que apelaba -y de eso no parece haber duda- a diversas armas blancas, piezas de punta y filo de las que sólo se han conservado dos ejemplares hallados hace tres siglos en las excavaciones de lo que alguna vez se llamó Ciudad de Lima...”

El asombrado estudioso apuntará que en las pocas crónicas limenses que sobrevivieron al siglo de las grandes inundaciones se describe el jolgorio de esos protohumanos ante el sufrimiento del toro ibérico, su simiesco modo de batir palmas mientras la hemorragia del cuadrúpedo aumentaba y la naturaleza decididamente criminal de ese desmán sacrificial.

“Nunca el salvajismo de esa extensa Edad Media alcanzó una expresión tan fiel como en aquella función que parecía llenar de júbilo hasta a las hembras de esos humanoides y aun a sus cachorros, los mismos que estaban autorizados para presenciar tamaño espanto y, por ende, para alabarlo y enseñárselo a su descendencia”, señalarán esos perplejos investigadores.

En un libro hoy impensable -“Historia de la crueldad”, del año 17,208- el erudito Christopher Dédalo, de la escuela antropológica de Nairobi, llegará a asegurar que entre los siglos 19 al 21 muchos protohumanos estuvieron convencidos de que la infame actividad de la taurofilia -una vertiente de la hematofilia humanoide- estaba relacionada con lo que en ese periodo se consideró arte, cultura y tradición. Dédalo agregará que no es de extrañar que aquellos protohumanos que mataban por diversión y torturaban para su dicha desatasen, a fines del siglo XXI, la llamada Primera Guerra Nuclear de alcance planetario.

Seremos, con toda justicia, unas breves líneas en algún ensayo sobre el horror y la noche de los tiempos.

Fuente: http://www.diariolaprimeraperu.com/online/noticia.php?IDnoticia=26543