miércoles, 7 de noviembre de 2007

La Justicia a Veces Tarda... pero Siempre Llega

Por Maru Vigo, MA Ed.

“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”
Edmund Burke

Cuando la primera marcha antitaurina se llevó a cabo en Madrid en junio de 1990 ó cuando activistas de todo el mundo boicotearon la Expo-Sevilla durante los Juegos Olímpicos en Barcelona en 1992, el mundo entero reaccionó principalmente de dos maneras: los abusadores de los animales se burlaron de nuestro movimiento y nos tildaron de locos, ignorantes y soñadores, asegurando que su "sagrado" y maligno espectáculo NUNCA iba a terminar. El otro grupo de gente tal vez empezó a despertar y a darse cuenta de que algunas tradiciones necesitaban ser revisadas, ya que la crueldad inherente en este mal llamado "arte" no justificaba la tortura continua y cruel de un ser capaz de sentir.

Pasaron algunos años y, gracias al invaluable trabajo de los activistas, algunas ciudades en España empezaron a declararse antitaurinas. El clímax llegó cuando Barcelona, la segunda ciudad más importante de España, también se unió a esta lista. Los taurinos no lo podían creer, ya que los habíamos herido mortalmente ¡y en su propia casa!

Muchos de ellos adujeron que el movimiento antitaurino no podía durar porque las corridas de toros representaban la cultura de nuestros pueblos hispanoamericanos, pero la semilla de justicia, de compasión y de decencia ya estaba sembrada y ya no había marcha atrás. Las semillas crecieron y volaron con el viento hacia otras latitudes, donde ya estaba escrito que iban a ser recibidas con entusiasmo por otros pueblos.

Un buen día, un amigo animalista me envió un mensaje diciéndome que una campaña antitaurina se había iniciado en Lima. Al principio no lo podía creer, pero cuando firmé la petición para añadir mi nombre a la lista de los que solicitábamos una Lima civilizada y libre de la increíble crueldad desplegada en un coso taurino, me di cuenta de que el proyecto era ambicioso pero concreto.

Tengo 27 años como activista por los derechos de los animales y, a pesar de esta larga experiencia, siempre llego a la conclusión de que en este oficio nunca dejamos de aprender. Lo más resaltante de esta conclusión es ser testigo viviente del cambio que ha empezado a surgir en Latinoamérica en el campo de los derechos de los animales. El estereotipo del latino ignorante e insensible hacia los animales ha sido totalmente revisado y, en muchos casos, anulado gracias a los esfuerzos de todos aquellos que han escogido una vida más ética que incluye un gran respeto y una reverencia por la vida animal que nos rodea.

Presionados por siglos de estereotipos o creencias, dictaminadas por poderes que nunca consideraron las necesidades básicas de los animales o su derecho a vivir una vida decente y libre de sufrimientos, caminamos ciegos, obedeciendo patrones incuestionables y dogmas ridículos carentes de todo sentido.
Disfrutábamos de los toros porque era el arte heredado de la Madre Patria, una madre a quien nunca le importamos, y hasta creamos nuestras propias versiones locales, como queriendo competir en un gran concurso de sangre e ignorancia. Utilizamos el nombre de Dios y de nuestras creencias religiosas para bendecir hipócritamente el capote que un cobarde levanta contra un animal indefenso y, por si fuera poco, invitamos a nuestros hijos a participar de la violencia escondida en los zoológicos, circos y demás.

Pero, un buen día, la voz de nuestras conciencias nos despertó del letargo y nos hizo escuchar el clamor de los inocentes. Empezamos entonces a revisar nuestra vida, nuestras opciones de alimento, de vestido, de entretenimiento y, al establecer este tipo de auto-juzgamiento, fue inevitable no llegar a conclusiones lógicas y evidentes. Ya no había salida ni escapatoria porque, cada vez que un ser pensante conoce la verdad de algún hecho, tiene que tomar una decisión moral: o continuar siendo un cómplice silencioso del mal o quebrar las cadenas de la ignorancia y hacer que la justicia prevalezca.

En el Perú, los abusos cometidos contra los esclavos negros, los indígenas y los colíes fueron aceptados porque eran actos cometidos en contra de personas "diferentes", pero llegó un momento en el que diferentes individuos cansados de estas injusticias pusieron un alto al status quo y empezaron a educar a las masas acerca de lo que era correcto. El mundo entero está lleno de estos ejemplos: Gandhi en la India, Martin Luther King en los Estados Unidos, Nelson Mandela en Sudáfrica, etc.

Pero, lo que realmente inicia el cambio es la educación de las masas. Las masas que el tirano o, en este caso, los enemigos de los animales, quiere mantener sojuzgada e inmersa en la más total ignorancia para manipularlos más fácilmente. En su afán por contenernos, se apoyarán en las razones más ridículas e ilógicas: involucrarán hasta a Dios para tratar de convencernos de que él puso a los animales en nuestro planeta para que sean nuestros esclavos y los usemos y abusemos a nuestro libre albedrío; nos dirán que, si no nos alimentamos de los cuerpos mutilados y contaminados de los animales, moriremos víctimas de las más terribles enfermedades; que si no bebemos las secreciones contaminadas de otras especies nunca seremos personas fuertes y sanas; y que si no enseñamos a nuestros hijos a obtener diversión contemplando a animales encarcelados en estrechas jaulas o realizando actos en contra de su naturaleza, no seremos buenos padres.

La inmensa falacia relacionada con la "preservación de nuestra herencia cultural" es una patética excusa que ya nadie cree. Nadie en su sano juicio puede ahora encontrar justificación para la brutalidad demostrada en los cosos taurinos, para la crueldad ejercida contra un animal callejero o para la inmensa cantidad de violencia con la que a diario se bombardea a los niños hasta el punto de volverlos totalmente indiferentes ante cualquier ser capaz de sentir, humanos o animales.

Las masas en Latinoamérica están despertando y se están rebelando en contra de sus antiguas formas de pensar que justificaban el abuso y la crueldad en contra de los animales como parte de su vida diaria. La revolución ha empezado y ya nadie la podrá detener, porque ningún movimiento social en la historia del mundo jamás ha sido suprimido por la injusticia y la ignorancia. La gente está sedienta de información y está dispuesta a hacer que las voces de los animales se escuchen clara y sonoramente. Nosotros somos su voz, sus abogados, sus libertadores.

En el desarrollo de esta lucha, los activistas encontrarán una gran oposición y tal vez hasta perderán sus trabajos, familias y amigos; pero el ideal de establecer justicia para los animales es una fuerza mayor que el rechazo de quienes decidan permanecer indiferentes. Venimos de diferentes familias, estratos sociales y económicos, pero ante todo nos une el propósito común de llegar a la total liberación de los animales, quienes merecen todo nuestro esfuerzo, dedicación y arduo trabajo. Solamente necesitamos saber que los animales son capaces de sentir y de sufrir y que, como nosotros, también son capaces de experimentar las mismas emociones. La misma nostalgia, tristeza y frustración que sentimos cuando nos separamos de nuestros seres más queridos es compartida por los delfines y las orcas que viven esclavizadas y prisioneras en estrechos tanques. El mismo cansancio que sentimos después de un día de arduo trabajo es compartido por los burros y mulas, a quienes se les hace trabajar hasta morir. El mismo dolor que las madres sienten cuando no pueden hacer nada para liberar a sus hijos de algún peligro es compartido por las vacas cuando son brutalmente separadas de sus terneros en los mataderos. La misma infinita satisfacción de poder disfrutar de nuestros hijos es compartida por los pájaros que mueren víctimas de las crueles hondas de niños sin corazón.

Somos plenamente conscientes de que no todas las personas serán capaces de entender, respetar y unirse a nuestra lucha. Sabemos bien que algunas personas no estarán interesadas en aprender a apreciar las fascinantes vidas de los animales o en apreciar lo que nosotros hacemos por ellos, pero hace mucho tiempo que comprendimos y aceptamos el hecho de que no todo el mundo tiene la capacidad de sentir respeto, amor y admiración por estas criaturas que nos enseñan importantes lecciones de vida a diario. Respetamos su derecho a no sentir o pensar como nosotros, pero NADIE tiene el derecho moral de ignorar o negar sus sufrimientos.

A través del mundo, permanecemos unidos y comprometidos en esta lucha que es ardua y larga, pero que es también reconfortante y valiosa. Nuestro compromiso se engrandece día a día porque sabemos que la liberación de los animales también marcará la liberación moral de los humanos. Somos una voz que alguna vez fue tenue y casi inaudible, pero que ahora ya nadie puede callar.